Difícil pasar desapercibido por la obra del gran maestro sueco Ingmar Bergman ( 1918- 2007 ). La cinefilia nos obliga a considerarlo, no tan sólo como un ícono del cine universal. Su legado, está más allá de la simple mirada del voyerista que acude religiosamente a las salas de cine cada semana. Es que, conocer la obra del cineasta Bergman exige una cultura de madurez y riesgo, capaz de escudriñar por los límites de lo conocido y soportable. Genio inconmensurable, hizo del cine un auto reflejo, - como quien se mira en el espejo del agua de un río-, el medio más eficaz para mostrar su yo interior, y sacarlo de la oscuridad a la luz de las salas. Su filmografía que considera 54 películas, lo hizo singular con temáticas recurrentes, donde analiza la angustia de un mundo que se interroga sobre la existencia de Dios, el bien y el mal, y el sentido de la propia vida, pero también con una sensibilidad brillante y una ironía inteligente, para abordar las diversas variaciones que existen sobre la incomunicación humana. Todo su cine fue reflejo de sí mismo. Están sus ansiedades y pesadillas. Sus obsesiones y sus temores. Sus afectos y sus mayores amores. Sus mayores sueños, y sus dudas que lo acercan a un filósofo moderno como escasos hay en la vida actual.
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